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martes, 30 de octubre de 2012

LOS ALIMENTOS TRANSGENICOS Y LAS CORPORACIONES


Es indiscutible el daño para la salud y el medio ambiente. La ingeniería genética aplicada a los vegetales, animales y a los diversos alimentos humanos entraña serios riegos de salud y de vida, porque rompe con las leyes de la naturaleza. El traspaso de genes  de un organismo a otro, de una especie vegetal o animal a otra, puede producir serios trastornos, muchos de ellos  de consecuencias impredecibles.
Los transnacionales productores de semillas, alimentos y agroquímicos -entre ellos MONSANTO- usan la ingeniería genética para producir semillas estériles (que no se reproducen), semillas híbridas (que degeneran en cada cosecha), pollos pelones, vacas superlecheras, tomates resistentes al frío, soya, maíz, papas y otros cultivos resistentes a las plagas (porque le meten a las semillas  bacterias que rechazan las plaga), pero que tienen efectos nocivos para la vida vegetal, animal y humana.


Las semillas que ofertan esas corporaciones generan productos tóxicos y células cancerígenas; y, además, producen resultados descendentes en las cosechas, al tiempo que los productores nacionales quedan atados al suministro transnacional.
Así las cosas, los cultivos transgénicos erosionan la seguridad alimentaria y la salud, en cuando consumimos productos dañinos a la integridad física y mental; y afectan la soberanía alimentaria, dado que las semillas transformadas y los secretos de la ingeniería alimentaria son propiedad exclusiva de las trasnacionales.
Las grandes corporaciones de las semillas y los alimentos transgénicos son cinco: Monsanto y Dupont de EEUU, AstraZeneca de Inglaterra y Suecia, Novatis de Suiza y Aventis de Francia. Ellas dominan el 80% de la biología genética del mundo, el 60 % del mercado de plaguicidas, el 100% de semillas transgénicas y el 23 %  del mercado de semillas naturales.
Las principales empresas multinacionales químicas, las responsables de la contaminación tóxica por sustancias sintéticas nocivas o por pesticidas, controlan ahora la investigación y aplicación industrial de la ingeniería genética o por pesticidas, bajo el derecho de patentes que creará monopolios absolutos orientados sobre todo al desarrollo de cultivos resistentes a sus propios herbicidas. La Empresa Multinacional Monsanto tiene el 80% del mercado de las plantas transgénicas, seguida por Aventis con el 7%, Syngenta (antes Novartis) con el 5%, BASF con el 5% y DuPont con el 3%. Estas empresas también producen el 60% de los plaguicidas y el 23% de las semillas comerciales.

En su dinámica empresarial predomina el afán de aumentar sus ganancias, sin importarles los efectos dañinos sobre la naturaleza, el ambiente y los seres humanos.
La razón como siempre es la codicia disfrazada con argumentos comerciales y políticos. Como ejemplo, la multinacional Monsanto, que manipuló las semillas de soja para hacerlas resistente a su plaguicida de amplio espectro Roundup, que supone la cuarta parte de los ingresos de esta empresa, las patentó, y ahora se las vende a los agricultores bajo estrictas condiciones de un contrato-licencia de uso, como los programas informáticos, hasta con, incluso, acceso a sus tierras de cultivo los siguientes dos años de la cosecha.
La revolución verde de los transgénicos fue una campaña de gobiernos y empresas para convencer a los agricultores de países en desarrollo para que sustituyeran cultivos autóctonos por variedades de alto rendimiento dependientes de productos químicos y fertilizantes. En la India provocó la pérdida de casi 50.000 arroces distintos, en Indonesia se han extinguido 1.500 variedades locales de arroz en los últimos 15 años. Los insecticidas y herbicidas, empleados necesariamente, causaron la pérdida de numerosas especies que vivían en los arrozales. Desde que en los años 40 Estados Unidos introdujera los insecticidas, las pérdidas de cosechas por plagas se han incrementado un 13%...
Es falso que procuren resolver los problemas agrícolas y de alimentación de los pueblos: su móvil esencial es el lucro a como dé lugar. Su política de comercialización, además, se caracteriza por vender paquetes completos, en los que semillas transgénicas se ofertan atadas a los fertilizantes, fungicidas y herbicidas, incluidos los nefastos “herbicidas plásticos”
MONSANTO, por ejemplo, estuvo involucrada en la creación del llamado “agente Naranja”, usado por el Pentágono en la guerra de Vietnam para quemar enormes extensiones de cultivos y bosques, que a su vez provocaron la muerte de más de 400 mil vietnamitas, junto a deformaciones y enfermedades terminales a muchos sobrevivientes y a sus descendientes.
 Hace 34 años la humanidad tenía un problema, la ciencia tenía una fascinación, y la industria tenía una oportunidad. Nuestro problema era la injusticia. Las masas de hambrientos crecían y al mismo tiempo la cantidad de campesinos y agricultores disminuían. La ciencia mientras tanto, estaba fascinada por la biotecnología –la idea de que podríamos manipular  genéticamente los cultivos y el ganado (y la gente) para insertarle características que supuestamente superarían todos nuestros  problemas. La industria de los agronegocios vio la oportunidad de extraer las enormes  ganancias latentes en toda la cadena alimentaria. Pero el sistema alimentario tremendamente descentralizado les impedía llenarse los bolsillos. Para remediar esta enojosa situación había que centralizarlo. Todo lo que la industria tuvo que hacer fue convencer a los gobiernos de que la revolución genética de la biotecnología podía poner fin al hambre sin hacer daño al ambiente. Pero, dijeron, la biotecnología era una actividad con demasiado riesgo para  pequeñas empresas y demasiado cara para investigadores públicos. Para llevar esta tecnología al mundo, los fitomejoradores públicos tendrían que dejar de competir con los fitomejoradores privados.

Los reguladores tendrían que mirar para otro lado cuando las empresas de agroquímicos compraran compañías de semillas que, a su vez, compraron otras compañías de semillas. Los gobiernos tendrían que proteger las inversiones de las industrias otorgándoles patentes, primero sobre las plantas y luego sobre los genes. Las reglamentaciones de inocuidad para proteger a los consumidores, ganadas arduamente en el transcurso de un siglo, tendrían que rendirse ante los alimentos y medicamentos modificados genéticamente.
La industria obtuvo lo que quiso. De las miles de compañías de semillas e instituciones públicas de mejoramiento de cultivos que existían treinta años atrás, ahora solo quedan diez transnacionales que controlan más de dos tercios de las ventas mundiales de semillas que están bajo propiedad intelectual. De las docenas de compañías de plaguicidas que existían hace treinta años, diez controlan ahora casi el 90% de las ventas de agroquímicos en todo el mundo. De casi mil empresas biotecnológicas emergentes hace 15 años, diez tienen ahora los tres cuartos de los ingresos de esa industria.
Y seis de los líderes de las semillas son también seis de los líderes de los plaguicidas y la biotecnología. En los últimos treinta años, un puñado de compañías ganó el control de una cuarta parte de la biomasa anual del planeta (cultivos, ganado, pesca, etc.) que fue integrada a la economía del mercado mundial.

Actualmente, la humanidad tiene un problema, la ciencia tiene una fascinación y la industria tiene una oportunidad.

Nuestro problema es el hambre y la injusticia en un mundo de caos climático. La ciencia tiene fascinación con la convergencia a escala nanométrica –incluyendo la posibilidad de diseñar nuevas formas de vida desde cero. La oportunidad de la industria radica en las tres cuartas partes de la biomasa del mundo que aunque se usa, permanece fuera de la economía de mercado global. Con la ayuda de nuevas tecnologías, la industria considera que cualquier producto químico fabricado a partir del carbono de combustibles fósiles puede hacerse a partir del carbono encontrado en las plantas. Además de cultivos, las algas de los océanos, los árboles de la Amazonía y el pasto de las sabanas pueden ofrecer materias  primas (supuestamente) renovables para alimentar a la gente, hacer combustibles, fabricar aparatos y curar enfermedades, a la vez que eludir el calentamiento global. Para que la industria haga realidad esta visión, los gobiernos deben aceptar que esta tecnología es demasiado cara. Convencer a los competidores de que corren demasiado riesgo. Hay que desmantelar más reglamentos y aprobar más patentes monopólicas. Es el poder corporativo y la frontera final en la mercantilización de la vida

El peligro de los transgénicos es explicado en el portal de información  independiente BlackListedNews.com publicó un artículo que explica detalladamente cómo los consumidores son expuestos a los peligros de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) o transgénicos, como se les conoce comúnmente, en el mayor experimento humano, sin tener conocimiento de ello.
Madison Ruppert, el autor del esclarecedor –y estremecedor- artículo, explica con lenguaje claro las evidencias científicas que exponen los peligros de los productos que han sido modificados genéticamente, así como los de aquellos que han sido rociados con el famoso pesticida “Roundup” de la multinacional Monsanto. Comparte dos estudios publicados en la prestigiada revista científica Chemical Research in Toxicology, de la American Chemical Society (Sociedad Americana de Químicos), que explican los enormes daños que causan estos productos a la salud.
El glifosato, principal componente del herbicida Roundup, tiene consecuencias severas sobre el desarrollo de los seres humanos. Interfiere con la división celular de los embriones, generando defectos de nacimiento. Además, junto con los demás químicos contenidos en el producto, induce la muerte celular, provocando la muerte de tejidos (necrosis).
Por si fuera poco, este potente herbicida, el más utilizado en el mundo, provoca la fragmentación del ADN, la contracción del núcleo celular y su fragmentación. Los niveles en que estos productos químicos se encuentran en los alimentos destinados al consumo humano resultan suficientes para causar un daño irreparable.
Las corporaciones de la ciencia transgénica proclaman con grandes fanfarrias  que sus nuevos productos revolucionaran la agricultura, eliminarán el hambre, curarán enfermedades y mejorarán la salud del público en general.  En la realidad, a través de la práctica de sus negocios y poder político, los ingenieros genéticos han hecho claro que tienen la intención de usar la GE para dominar y monopolizar el mercado mundial de granos, alimentos, fibras y productos farmacéuticos.

La tecnología de ingeniería genética (GE) ofrecida por corporaciones transnacionales de “ciencia de la vida” plantas, animales, seres humanos y microorganismos, patentando y después comercializando los resultantes de tales como Monsanto y Novartis consiste en la práctica de alterar o interrumpir los planos genéticos de organismos vivientes - genealimentos, granos y otros productos para obtener ganancias. GE es una técnica revolucionaria que se encuentra todavía en una etapa temprana de desarrollo. Esta tecnología tiene el poder de romper barreras genéticas fundamentales -no solamente entre especies sino también entre seres humanos, animales y plantas.
Insertando al azar genes de especies no relacionadas entre sí -utilizando virus, genes resistentes a los antibióticos y bacterias como vectores que promueven la alteración permanente de los códigos genéticos, los organismos cuyos genes han sido modificados son capaces de transmitir estos cambios a sus descendientes por herencia. Los ingenieros genéticos de todo el mundo están alterando, insertando, recombinando y programando material genético. Genes provenientes de animales, incluyendo genes humanos son combinados con los cromosomas de plantas, peces y animales creando como resultado formas de vida transgénicas. Por primera vez en la historia las corporaciones transnacionales de biotecnología están llegando a ser los arquitectos y dueños de “vida”.
Con poco o ningunas restricciones, requerimientos de etiquetado, o protocolo científico, los bio-ingenieros han comenzado a crear cientos de productos monstruosos genéticamente alterados los cuales son de peligro para la salud, el ecosistema e impactos negativos en lo socioeconómico en billones de campesinos en todo el mundo. A pesar de un número creciente de científicos que afirman que las técnicas del separado genético son inexactas e impredecibles, de ahí su peligrosidad inherente- gobiernos y agencias regulatorias que apoyan el desarrollo genético, liderados por los Estados Unidos mantienen que alimentos GE y cosechas son “sustancialmente equivalentes” a alimentos convencionales y por ello no es requerido etiquetas de información ni ensayos de seguridad pre-market. Este mundo nuevo de alimentos monstruosos es espeluznante.
Actualmente se encuentran disponibles más de cuatro docenas de alimentos y semillas genéticamente alterados que están siendo cultivados o disponibles al público en los EEUU. Estos alimentos y semillas están ampliamente dispersados en la cadena alimenticia y en el ecosistema. Más de 60 millones de hectáreas son cultivadas con semillas GE solamente en los EEUU mientras más de 500,000 vacas lecheras están siendo inyectadas regularmente con hormona de crecimiento bovino (rBGH).

La mayoría de alimentos procesados en el supermercado prueban “positivo” a la presencia de ingredientes GE. Además de esto, varias docenas de cosechas GE se encuentran en la etapa final de desarrollo y pronto serán utilizadas en el ambiente y comercializadas en el mercado. De acuerdo con la Industria de la biotecnología casi el 100 % de alimentos y fibras serán el producto de la ingeniería genética dentro de 5 a 10 años. El “menú escondido” de estos alimentos en los Estados Unidos incluye: soya, aceite de soya, maíz, papas, calabacitas, aceite de canola, aceite de semilla de algodón, papayas, jitomates y productos lácteos.
La ingeniería genética de alimentos y productos de fibra es inherentemente peligrosa - para humanos, animales, el medio ambiente y el futuro de agricultura orgánica. Como el doctor Michael Antonieu, científico británico en biología molecular explica: el separo de genes ha dado “resultados inesperados en la producción de substancias toxicas... en bacterias, cultivos, plantas y animales alterados genéticamente con el problema que permanecen sin detectarse hasta que una gran amenaza a la salud pública se hace presente”. Los peligros de alimentos y cultivos GE se clasifican dentro de tres categorías: peligros a la salud humana, peligros ambientales y peligros socioeconómicos. Un breve vista en los productos que han sido probados de ser peligrosos nos provee de un convincente argumento sobre porque necesitamos una moratoria global en todos los productos y cultivos GE.
Los productos creados genéticamente poseen claramente el potencial de ser tóxicos y amenazar la salud humana. En 1989 un suplemento dietético mejorado genéticamente llamado L-tryptophan mato a 37 ciudadanos americanos y afecto de manera permanente a mas de 5,000 dejándoles síntomas como dolorosos desordenes de la sangre, eosinofilia, síndrome de myalgia (EMS) por sus siglas en ingles, antes de ser cancelada por la Administración de Alimentos y Substancias. El fabricante, Showa Denko, el cual es el tercer mas grande productor de químicos en el Japón hubo por primera vez empleado bacterias GE para producir suplemento fácilmente adquirible sin receta médica.
En 1994, la FDA aprobó la venta de la controversial GE Hormona de Crecimiento Bovino (rBGH), para la inyección de vacas lecheras para forzarlas a producir aun mas leche, a pesar de científicos advirtieron que altos niveles (400% - 500% or more) de una potente hormona química, similar a la insulina, el Factor de Crecimiento (IGF-1) en la leche y productos lácteos provenientes de vacas inyectadas, posee una serie amenaza para las glándulas mamarias, próstata y cáncer de colon. Un número de estudios han demostrado que personas con elevados niveles de IGF-1 en sus cuerpos son mucho más propensas a conseguir cáncer.

jlrlinares@gmail.com






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