martes, 21 de junio de 2011

Las medicinas el gran negocio de las trasnacionales


La medicina tuvo valor de cambio y se convirtió en mercancía, es decir, empezó a hacerse menos alcanzable para los que no tenían recursos económicos. Hoy tenemos grandes compañías que se encargan de producir medicamentos con el único fin de tener sustanciosas ganancias, las cuales obtienen gracias a los gobiernos irresponsables y a los médicos que traicionan el juramento hipocrático. Apenas un grupo de empresas farmacéuticas monopolizan, más del 85% de la producción mundial y genera utilidades superiores a los 446 mil millones de dólares.
Las 10 primeras compañías farmacéuticas controlan el 55% de las ventas mundiales de medicamentos. Las diez principales industrias farmacéuticas en el año 2006  en ventas (Millones de dólares) fueron: 1. Pfizer 45.083 US$; 2. GlaxoSmithKline 40.156; 3. Sanofi-Aventis 38.555; 4. Roche 27.290; 5. AstraZeneca 26.475; 6. Johnson & Johnson 23.267; 7. Novartis 22.576; 8. Merck & Co. 20.375; 9. Wyeth 16.884; 10. Lilly 15.691 (Fuente: Scrip 100, 2007/2008)
El mercado farmacéutico mueve unos 200.000 millones de dólares al año. Un monto superior a las ganancias que brindan la venta de armas o las telecomunicaciones. Por cada dólar invertido en la fabricación de un medicamento se obtienen mil en el mercado. Y las multinacionales farmacéuticas saben que se mueven en un terreno de juego seguro: si alguien necesita una medicina, no va a escatimar dinero para comprarla. Este mercado, además, es uno de los más monopolizados del planeta, ya que sólo 25 corporaciones copan el 50 por ciento del total de ventas. De ellas, las seis principales compañías del sector –Bayer, Novartis, Merck, Pfizer, Roche y Glaxo- suman anualmente miles de millones de dólares de ganancias, a lo que hay que añadir más todavía, dado que todos los grandes grupos farmacéuticos son también potencias de las industrias química, biotecnológica o agroquímica. Todo ello, y su imparable avidez por seguir haciendo dinero y creciendo cual un parásito destructivo, hace que las multinacionales del sector, haciendo gala de una total impunidad, se desentiendan de su verdadero cometido, la salud, y no reparen en aplastar a competidores menores, atacar a gobiernos débiles que intenten enfrentarlas y, lo que es peor, mantener precios prohibitivos para las poblaciones de escasos recursos y a la vez fabricar productos que en muchísimos casos terminan envenenando a los eventuales pacientes. Sobrados ejemplos hay en ese sentido.
“Los costos de los medicamentos, en particular su materia prima habitualmente, salvo excepciones, cuesta más su empaque que el producto en sí, las ganancias desde siempre, no se trata de ninguna novedad , rondan 2000 y 2500%, En Argentina el profesor Eduardo Marcelo Cocca; de nacionalidad Argentina; Procurador, Abogado y Profesor Universitario; hizo un investigación con un grupo de estudiantes y sacaron el costo real de un producto con más de 40 años en el mercado, un descongestivo nasal en gotas, sustancia básica, Nafazolina. En la investigación con varios cursantes que trabajan en farmacias y la consulta con diferentes farmacólogo que trabajan con sustancias diversas para la de preparación de medicinas, cual fue la tamaña sorpresa para todos, que el costo del descongestivo nasal, por unidad es de 0,03 centavos y el precio de venta al público es de 11,25 pesos, esto nos da un margen de ganancia del 37.500%, este margen seguramente es superior si la Nafazolina se compra directamente en India o en China, los dos países que proveen materias primas a prácticamente toda la industria farmacéutica.

Estos porcentajes de ganancia, lamentablemente son validos para prácticamente todo el espectro de específicos farmacéuticos. Esto es un exceso, es un escándalo y alguien debería más que urgente hacer algo y desgraciadamente tanta inequidad. Además esto sigue ocurriendo en todos nuestra América Latina. Todos los funcionarios, todos los gobiernos, siempre fueron conscientes, de este despojo a la totalidad de la población de nuestros países. Ni hablemos de los míseros porcentajes, que le permiten ganar a los farmacéuticos, convirtiéndolo en casi empleados gratis de los laboratorios farmacéuticos al igual que los médicos. El Estado Nacional, tiene y sabe de las variadas formas que hay para revertir esta situación.

Asimismo lamentó, el silencio, de los colegio de farmacéuticos, colegios médicos, entidades supuestamente defensoras de los derechos del consumidor, me pregunto a todos nosotros, nos representa alguien. Esperemos que algún día, la grandeza que anida en el corazón de todo argentino bien nacido aflore y solucione estas otras cuestiones de tanta o más gravedad.

Que todo el mundo quede claro, el consumidor paga, la presentación bonita de los medicamentos, así como los gastos de propaganda en los medios de comunicación de masa, el visitador a médicos y sus "comodidades; los congresos patrocinados por los laboratorios, gastos de investigación, los lujosos carros de los ejecutivos de estas empresas, un precio muy caro para que solo se le mejoren signos y síntomas.

A este trabajo se puede agregar, que aquí en Venezuela, la industria farmacéutica en manos de las trasnacionales obtiene exorbitantes ganancias, son constantes los aumentos de las medicinas. El  Instituto para la Defensa de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios (INDEPABIS)  y el Ministerio del Poder Popular para la Salud  deben investigar y obligar a estas trasnacionales que estafan a todos los venezolanos a fabricar sus productos con la cantidad necesaria para cada tratamiento, uno vez una presentación de una medicina y contiene 6 a 10 pastillas, tabletas o capsulas y si es un jarabe para la gripe tiene unos 150 ml.; lo que no alcanza  para hacerse el tratamiento médico, teniendo el paciente que comprar varias cajas de las medicinas indicadas. Encareciendo el tratamiento médico, Asimismo se deben dar una lucha, con la participación del pueblo para presentar un anteproyecto de una Ley de medicamentos genéricos.

La producción de medicamentos constituye uno de los componentes más importantes, más sólidos y más poderosos, con que cuentan en la actualidad las gigantescas corporaciones transnacionales, que luego de la reestructuración que hiciesen de su producción de plaguicidas, se autocalificarán como “industrias de las ciencias de la vida”, al pasar a controlar virtualmente todas las actividades esenciales para los seres humanos en todo nuestro planeta. Así, Syngenta, Monsanto, Bayer y otras, poseen una concentración de intereses y un poder casi absoluto de áreas tan vitales, además del lucrativo mercado farmacéutico, que comprende a las semillas agrícolas, los productos veterinarios, los plaguicidas, la biotecnología y el transporte y distribución de alimentos. Esto explica en gran medida, muchas de las particularidades que hoy rodean y definen a una industria farmacéutica, mucho más identificada con conceptos como rentabilidad económica, acumulación de capital y beneficios, que en curar y salvar vidas humanas.
En un mundo donde un niño menor de diez años muere cada cinco segundos por hambre; más de 60 millones de mujeres dan a luz sin asistencia médica; 2, 400 millones de personas carecen del acceso a servicios sanitarios básicos; una tercera parte del planeta, según la OMS, no tienen acceso a los medicamentos esenciales y más de 10 millones de niños mueren anualmente por enfermedades para las que existen tratamientos; la poderosa industria farmacéutica, concentrada en un puñado de empresas de países altamente desarrollados y que monopolizan más del 85% del valor de la producción mundial de fármacos, en buena parte protegidos por un sistema de patentes totalmente injusto, arbitrario y fuera de control, genera utilidades superiores a los 446 mil millones de dólares anuales.
Su poder es tal magnitud que imponen sus precios, discriminan en sus ventas, aplastan las producciones locales, sobornan políticos, médicos y autoridades de salud pública, en un negocio donde prevalece cada vez menos la ética y la salud y sí la codicia y el mercantilismo más rampante. De ese modo, lo que realmente le interesa a la gran industria farmacéutica, no es la producción de medicamentos para curar, sino, como bien afirmara el premio Nobel de medicina de 1993, Richard J. Roberts, en entrevista en mayo del 2008 a la revista Autogestión, que el verdadero interés de éstas empresas por los fármacos es “sólo para cronificar dolencias con medicamentos cronificadores mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre”. Más concretamente: clientes, pacientes y usuarios; pero nunca, ni lo suficientemente muertos ni lo suficientemente sanos.
Esta pronunciada y cínica orientación del negocio farmacéutico transnacional, se descubre en toda su amplitud cuando advertimos que la venta de drogas para mejoramiento estético, reducir peso corporal, dominar el stress o superar la impotencia, es decir, para gente esencialmente sana, representa una de sus principales preocupaciones investigativas y es la que les genera sus mayores ingresos.
Esto demuestra que la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos, cuyo más alto volumen de producción y consumo se realiza en los países altamente industrializados, además de estar adaptada a sus condiciones socioeconómicas con niveles de prevención, higiene y alimentación diferentes a los que tienen los habitantes de los países del llamado Tercer Mundo, está dirigida hacia los sectores de la población mundial que disfrutan de ingresos sustanciales o cuentan con dolencias o padecimientos altamente lucrativos.
Por ello no resulta exagerado conocer, que casi el 90% del presupuesto que estas poderosas industrias destinan a la investigación y desarrollo de nuevas drogas, persigue el interés de atender los problemas de salud de sólo el 10% de la población mundial. A esto se añade que otro elemento que exhibe el verdadero móvil del multimillonario negocio farmacéutico, lo encontramos en el impresionante gasto que realizan en sus renglones de comercialización y publicidad.
Sólo en el área de comercialización admiten sin mucha reserva, que invierten más de tres veces lo que gastan en investigación y desarrollo y que el monto de su publicidad para los países capitalistas desarrollados, ronda el 30% del valor total de sus ventas. Precisamente en el campo de la publicidad emplean “todas las tácticas conocidas en el mundo capitalista: folletos de lujo, publicidad por saturación, muestra gratis, viajes, obsequios, conferencias, control de publicaciones y, lo más importante, visitas reiteradas de vendedores especializados (“representantes” o “visitadores” médicos)”
La salud, que junto a la educación y a la alimentación, constituye derechos básicos de cualquier ser humano con total independencia de su nivel de ingreso, aparece, para felicidad y complacencia de la industria farmacéutica transnacional, considerada como una mercancía más en los tratados de libre comercio y en la OMC. Allí se discuten e imponen normativas sobre propiedad intelectual y acceso a los medicamentos, que tienen un efecto dramático y devastador sobre la salud de millones de personas en el mundo y, principalmente sobre pacientes de países pobres con SIDA, Alzheimer, afecciones cardíacas, hipertensión y otras.
Las patentes sobre medicamentos, basados muchos de ellos en compuestos bioquímicos y conocimientos tradicionales recogidos o robados en las regiones tropicales y subtropicales, niegan toda la teoría económica liberal fundada en el libre comercio, al sustentarse irónicamente en el proteccionismo y los derechos monopólicos. Este privilegio que limita sensiblemente la competencia entre las empresas, ejerce una fuerte restricción sobre la fabricación y distribución de fármacos genéricos que son producidos por países como India, Brasil y Tailandia y que pueden costar hasta un 50 por ciento menos que los medicamentos patentados.
Los genéricos no solamente han demostrado ser más baratos y muy exitosos como equivalentes terapéuticos de los productos de marca, --la experiencia brasileña en el tratamiento del SIDA así lo confirma-- sino que representan un ahorro considerable de divisas para los países pobres. Esto explica las razones que llevaron a los 146 países miembros de la OMC a fines de agosto del 2003, a poner en práctica parcialmente el punto # 17 de la Declaración ministerial de Doha, que recalca que el Acuerdo relativo a los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual, “se interprete y aplique de manera que apoye la salud pública, promoviendo tanto el acceso a los medicamentos existentes como la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos”. Con dos años de retraso y luego de ocho meses de bloqueo por Estados Unidos, el acuerdo alcanzado permite que los países pobres, puedan tener acceso a fármacos de bajo precio para luchar contra las enfermedades únicamente infecciosas.
Pero esta decisión, que distó mucho de poner en peligro a las principales patentes farmacéuticas y sus jugosos beneficios, no fue bien recibida por las poderosas empresas que hay detrás. Nada tardaron en la Unión Europea para manipular la normativa aduanera y bajo el supuesto de sospechas de falsificaciones médicas protegidas por propiedad intelectual, obstaculizar hasta por seis meses en aeropuertos de Holanda y Alemania principalmente, el comercio de fármacos genéricos legítimos. De todos modos, incautar o retener remesas médicas legales por presiones de empresas farmacéuticas multimillonarias, es un acto no sólo criminal, sino absolutamente inmoral, y pone de manifiesto la estrecha colusión existente entre estos Estados y sus omnipotentes industrias farmacológicas.
Precisamente es este vínculo el que sirve para explicarnos las exageradas exigencias que aparecen en los capítulos de propiedad intelectual de los TLC y que en la mayoría de las ocasiones, rebasan todo lo previsto hasta ahora en las normativas y discusiones en la OMC. En esas tratativas y aprovechándose de la debilidad de los países con los que negocian, terminan por imponerles períodos superiores a los 20 años de vigencia para sus patentes; protección para sus datos de prueba de 5 a 10 años; descartar hasta el uso de la salvaguardia más importante que permite la OMC: las licencias obligatorias.
Naturalmente que nadie puede objetar la lucha necesaria contra las falsificaciones o adulteraciones de productos farmacéuticos y todos los países deben adoptar las medidas que consideren indispensables. Con esto se frenaría ampliamente un negocio que logra falsificar el 10% de los medicamentos disponibles en el mercado mundial, generando más de 40 mil millones de dólares al año. Actividad que no sólo representa la distribución y consumo de fármacos ineficaces, sino que además, puede causar víctimas fatales como las casi doscientas personas que en el 2006, fueron envenenadas con dietileneglycol en Panamá o el tráfico de efedrina y medicamentos adulterados descubierto en Argentina en agosto del 2008 y que terminó con un triple homicidio.
Estas pocas muestras del comportamiento de la industria farmacéutica, ponen de manifiesto que la lógica mercantil que impera en sus actividades, carece por completo de ética. En ella es muy común la demora en reconocer los efectos secundarios de sus productos y retirarlos del mercado,
aún a costa de la vida de las personas; abultar sus costos de investigación y desarrollo para justificar el precio de sus sustancias patentadas; lanzar versiones modificadas de productos existentes, sin que representen ningún adelanto químico significativo; y aprovecharse con mucha efectividad del considerable apoyo económico que les brindan generosamente los Estados altamente desarrollados. En resumen, las transnacionales de los medicamentos están más ligadas a los intereses de Wall Street, que son a su vez los del avasallador mercado, que a las necesidades más apremiantes de toda la Humanidad.
Seguramente el grupo farmacéutico que se lleva las palmas en lo que hace a la acumulación de dinero y poder sin que le importe pisotear pequeños competidores y, peor aún, envenenar consumidores, es Bayer AG. Una empresa presente en todos los países del mundo que opera en la misma sintonía de colegas suyos como Monsanto y Dow Chemical, multinacionales químicas que también abarcan el rubro farmacéutico y de las que nos ocupamos en notas recientes. La historia de la compañía alemana Bayer, con su sede central en la ciudad de Leverküsen, se remonta al siglo XIX, cuando nació como IG Farben, y está colmada de hechos aberrantes, pero claro, “de eso no se habla”, y teniendo como toda multinacional con trapos sucios quien se los lave y contando además con 400 parlamentarios en su país, tanto regionales como nacionales, que antes pasaron por las filas de la empresa y continúan brindándole fidelidad, ocultar parte de su historia negra no le resulta difícil. Pero aquí recordaremos parte de esa historia.
El gran negocio

La globalización ha permitido que se desarrolle una nueva forma de poder, la farmacocracia, capaz de decidir qué enfermedades y qué enfermos merecen cura. Es así como el 90 por ciento del presupuesto dedicado por la industria farmacéutica para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos está destinado a enfermedades que padece sólo el 10 por ciento de la población mundial. Un tercio de ésta carece de cuidados médicos adecuados. La codicia de las multinacionales del sector, los aranceles, las trabas burocráticas y la corrupción de los propios gobiernos de los países empobrecidos hacen posible que más de 2.000 millones de personas se vean privadas de su derecho a la salud.
Según la OMS, millones de personas en Africa, Asia y América Latina sufren las llamadas “enfermedades olvidadas”, como el dengue hemorrágico, la filiasis linfática, la oncocercosis, la enfermedad del sueño o el mal de Chagas, que afectan a 750 millones de personas y acaban con la vida de medio millón cada año. Enfermedades causadas generalmente por parásitos, transmitidas por medio de agua insalubre o por picaduras de insectos; pandemias que caen en el olvido porque sólo afectan a las comunidades más pobres; y víctimas que no cuentan con el dinero suficiente para acceder a un tratamiento o una medicación adecuada.
El caso del SIDA es un ejemplo claro de la diferencia que se da a unas enfermedades o a otras, según el nivel adquisitivo de quienes las padecen. En sus comienzos fue una enfermedad mortal de la que pocos habían oído hablar, pero cuando pasó a afectar a personas de los países desarrollados con capacidad para hacerse escuchar, asociarse y reclamar su derecho a la salud, las multinacionales farmacéuticas desarrollaron medicamentos que convierten al SIDA en una enfermedad crónica y no mortal. Aún así, más de cinco millones de personas mueren cada año por el HIV y la mayoría de los enfermos –nueve de cada diez infectados viven en países empobrecidos- no pueden pagarse los tratamientos adecuados.
La vacuna contra el SIDA bien podría llevar años encerrada bajo llave en la caja fuerte de alguna multinacional farmacéutica. Para ninguna de ellas sería rentable comercializarla, sobre todo teniendo en cuenta que las personas más expuestas a esta enfermedad no podrían pagarla y que los enfermos de los países desarrollados ya pagan importantes sumas de dinero para su tratamiento. Este es uno de los abundantes capítulos que pueblan el particular código de “ética” de los grandes grupos químico-farmacéuticos.
El director del Programa Mundial de Medicamentos de la OMS, nuestro ya conocido y amenazado Germán Velásquez, en el Diálogo “Salud y Desarrollo: los retos del siglo XXI” efectuado en Europa en 2004, explicó que “las patentes de los medicamentos pueden estar bloqueando el desarrollo en lugar de potenciarlo, pues se trata de un monopolio que conlleva altos precios”. Señaló también que en el mercado de los medicamentos, “en vez de reglas negociadas por todos y en interés de todos, muchas decisiones de la Organización Mundial de Comercio son tomadas a puertas cerradas y se protegen intereses especiales”, y al referirse a la situación sanitaria en África subrayó: “Si bien es cierto que la no atención médica de las personas está penada con la cárcel, actualmente se está cometiendo ese crimen con un continente entero y sus víctimas se pueden contar por millones”. En otro orden y refiriéndose al tema del SIDA, expresó que “es una vergüenza que el 99 por ciento de las personas que tienen acceso a los retrovirales vivan en países desarrollados, mientras el 75 por ciento de las personas de todo el planeta viven en los países pobres, donde se vende sólo el 8 por ciento de todos los medicamentos del mundo”.
En relación a los medicamentos genéricos -otra de las batallas en muchos casos desigual que libran algunos países del Tercer Mundo contra las multinacionales farmacéuticas ya que son mucho más baratos que los patentados por éstas-, India encabeza la producción mundial, y los exporta a varios países de Asia e incluso a algunos en desarrollo. Pero también está enfrentando en los tribunales, entre otras, la embestida del laboratorio Novartis, uno de los “grandes” del sector, ya que el gobierno indio le negó una solicitud de patente para introducir el Glivec, un medicamento contra el cáncer. Por el momento las empresas indias continúan produciendo su similar genérico, que cuesta sólo 2.700 dólares por paciente y por año, frente a la versión de Novartis cuyo valor es de diez veces más, 27.000 dólares, también por paciente y en el mismo período.
Por su parte, Tailandia emitió recientemente una licencia obligatoria para quebrar la patente del Efavirenz, un producto de la compañía Merck contra el HIV, a fin de importar el genérico de fabricación india. En tanto, Filipinas está por librar una batalla legal contra la empresa Pfizer para poder importar de la India una versión del Norvasc, un fármaco para pacientes con problemas cardíacos. Por supuesto que las multinacionales del sector arremeten con demandas, juicios y todo artilugio jurídico contra estas expresiones de independencia sanitaria de los países que se atreven a ponerla en juego. No es para menos si tenemos en cuenta, por ejemplo, que respecto del Norvasc la compañía Pfizer obtiene en Filipinas 60 millones de dólares anuales sólo por la venta de ese medicamento, al cual cotiza a más del doble del precio del que está vigente en otros países, aprovechándose también de que en Filipinas las enfermedades cardíacas constituyen la principal causa de muerte.
Lo cierto es que cientos de miles de personas podrían salvar sus vidas si los países desarrollados aseguraran que sus compromisos de Doha, Qatar, durante la reunión de la Organización Mundial de Comercio, en materia de legislación de patentes, compromisos nunca asumidos efectivamente hasta el momento, proporcionen un equilibrio entre derechos y obligaciones, garantizando así que las vidas de las personas se antepongan a los beneficios económicos de las compañías farmacéuticas.

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