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martes, 29 de abril de 2014

MI ENCUENTRO CON GABO


En mis andanzas por el mundo, en mi etéreo andar, conocí a Macondo y me topé con el Gabo. En  su pueblo  pintoresco  seguía con sus graves problemas económicos  y los índices de pobreza se medían por varas, Aracataca y Tinaco eran apenas unos caseríos si lo comparamos con ese pueblo.  
En mi realismo mágico, me vino  la idea que la muerte sólo existe físicamente y que lo espiritual transciende a través del tiempo, esto lo aprendí del mandamás de los gitanos de Macondo, un tal Melquiades que me presento Gabo, éste es practicante de la alquimia, de La sinestesia y con brebajes que servían para lograr la vida eterna y no lo que menciona la Biblia sobre las dos muertes.

En el libro El Código Sagrado de los Gitanos dice: Melquiades repetía que en el resultado del pecado de Adán, recibimos castigos en el aspecto físico como  en el espiritual. Pero no sabemos lo suficiente acerca de la condición de Adán antes de la caída como para hablar de ella. Si su cuerpo era semejante al nuestro, sería mortal; de lo contrario, no tenemos forma de saber cómo era, ni si era o no mortal; pero cuando profundizaba sobre los metafísico Melquiades repetía en sus letanías, que en sus libros nos dejaba sagradas escrituras que nos dicen a la gente como nosotros  que la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión obstinadamente  persistente.

Más en caminar por el mundo, Melquiades  conoció a un tal Albert Einstein el que lo metió en la física cuántica, la nueva teoría del biocentrismo y le explicó lo de la Ley de la relatividad, que lo hacía, muchas veces estar en varios lugares de la tierra.
Los caciques y caudillos del pueblo continuaban siendo la descendencia de José Arcadio Buendía, hijos, nietos y bisnietos del fundador del pueblo. Cuando conocí a Macondo, las paredes de espejos de las casas lucían un color carrubio, producto del polvo que levantaban las carretas de los mulos y burros, pero había una suerte de magia que me atraía hacia Macondo. Pueden ser sus miles de mariposas amarillas revoleteando en el espacio. Un espectáculo que se ha salvado de la privatización y de las apetencias de las corporaciones mundiales.
En mis días en Macondo conocí a Ursulita Buendía Iguarán, hija del coronel  Aureliano Buendía y de Natividad Uribe Santos nieta de José Arcadio Buendía y su esposa Úrsula Iguarán. De Ursulita, se dice que es muy parecida a su tía Amaranta, por su carácter y la altivez de su espíritu.  Aún es soltera y virgen.
Las bodegas de Macondo la controlaban los comerciantes árabes, que llegaron al mismo tiempo que los gitanos, cambiando chucherías por guacamayos y varas de telas por esmeraldas. En la calle de los turcos había actividad, pero ante del diluvio y las vicisitudes vividas por los apacibles habitantes de ese mágico pueblo, se perdió lo místico con la llegada de los gringos. Así fue la entrada  de la United Fruit Company  que explotaba el banano para exportación.

En los tiempos de la peste del plátano, cuando los gringos pagaban los mil plátanos por 10 centavos de dólares, hubo una conspiración de Monsanto y los plátanos, eran enanos, no crecían más de cinco dedos. Ahí se presentó la crisis económica en Macondo y conocieron por primera vez la escasez y el desabastecimiento. Eran los primeros experimentos de los gringos y el incipiente capitalismo en su patio trasero.
Recuerdo que jugamos nuestros juegos de infancia, con las canicas o metras, participamos con los muchachos de Macondo, la Troya y La Meca, pero en esos juegos tuvimos algunos problemas con los Buendía que se creían los dueños del pueblo. Actualmente imitado por los modernos gobernantes latinoamericanos, amantes del cacicazgo  y terminaban con el juego, cuando se apoderaban de todas las canicas. En ese tiempo se era feliz, porque coincidía con la peste del insomnio, nadie dormía y el día y la noche pasaban entre trabajo y vallenatos. El joven italiano Pietro Crespi tocaba la pianola y el acordeón y enseñaba a la señorita  Ursulita a bailar la música del viejo mundo. Una tarde nos encontramos al salsero Cheo Feliciano en compañía de su gato Silvestre que buscaba desesperadamente a su gata que se había ido con el Ratón y Cheo buscaba a la india Anacaona.
Me desperté, era solo un sueño de mentiras de mi ida por Macondo, donde solo conocí muy poco de su Cien Años de Soledad de ese místico pueblo del Gabo. Por favor, no quiero hacer el ridículo, así vivíamos en un mundo etéreo, no se le ocurra a ningún compatriota a postularme para un premio Nobel.-



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