En mis andanzas por el mundo, en mi etéreo andar, conocí a Macondo y me
topé con el Gabo. En su pueblo
pintoresco seguía con sus graves
problemas económicos y los índices de pobreza se medían por varas,
Aracataca y Tinaco eran apenas unos caseríos si lo comparamos con ese pueblo.
En mi realismo mágico, me vino la
idea que la muerte sólo existe físicamente y que lo espiritual transciende a
través del tiempo, esto lo aprendí del mandamás de los gitanos de Macondo, un
tal Melquiades que me presento Gabo, éste es practicante de la alquimia, de
La sinestesia y con brebajes que servían para lograr la vida eterna y no
lo que menciona la Biblia sobre las dos muertes.
En el libro El Código Sagrado de
los Gitanos dice: Melquiades repetía que en el resultado del pecado de Adán, recibimos
castigos en el aspecto físico como en el
espiritual. Pero no sabemos lo suficiente acerca de la condición de Adán antes
de la caída como para hablar de ella. Si su cuerpo era semejante al nuestro,
sería mortal; de lo contrario, no tenemos forma de saber cómo era, ni si era o
no mortal; pero cuando profundizaba sobre los metafísico Melquiades repetía en
sus letanías, que en sus libros nos dejaba sagradas escrituras que nos
dicen a la gente como nosotros que la
distinción entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión
obstinadamente persistente.
Más en caminar por el mundo, Melquiades conoció a un tal Albert Einstein el que lo
metió en la física cuántica, la nueva teoría del biocentrismo y le explicó lo
de la Ley de la relatividad, que lo hacía, muchas veces estar en varios lugares
de la tierra.
Los caciques y caudillos del pueblo continuaban siendo la descendencia
de José Arcadio
Buendía, hijos, nietos y bisnietos del fundador del pueblo. Cuando conocí a
Macondo, las paredes de espejos de las casas lucían un color carrubio, producto
del polvo que levantaban las carretas de los mulos y burros, pero había una
suerte de magia que me atraía hacia Macondo. Pueden ser sus miles de mariposas
amarillas revoleteando en el espacio. Un espectáculo que se ha salvado de la
privatización y de las apetencias de las corporaciones mundiales.
En mis días en Macondo conocí a Ursulita Buendía Iguarán, hija del
coronel Aureliano Buendía y de Natividad Uribe Santos nieta de José Arcadio Buendía y su esposa Úrsula Iguarán. De Ursulita, se dice que es muy
parecida a su tía Amaranta, por su carácter y la altivez de su espíritu.
Aún es soltera y virgen.
Las bodegas de Macondo la controlaban los
comerciantes árabes, que
llegaron al mismo tiempo que los gitanos, cambiando chucherías por guacamayos y
varas de telas por esmeraldas. En la calle de los turcos había actividad, pero
ante del diluvio y las vicisitudes vividas por los apacibles habitantes de ese
mágico pueblo, se perdió lo
místico con la llegada de los gringos. Así fue la entrada de la United Fruit Company que explotaba el
banano para exportación.
En los tiempos de la peste del plátano, cuando los gringos pagaban los
mil plátanos por 10 centavos de dólares, hubo una conspiración de Monsanto y
los plátanos, eran enanos, no crecían más de cinco dedos. Ahí se presentó la
crisis económica en Macondo y conocieron por primera vez la escasez y el
desabastecimiento. Eran los primeros experimentos de los gringos y el
incipiente capitalismo en su patio trasero.
Recuerdo que jugamos nuestros juegos de infancia, con las canicas o
metras, participamos con los muchachos de Macondo, la Troya y La Meca, pero en
esos juegos tuvimos algunos problemas con los Buendía que se creían los dueños
del pueblo. Actualmente imitado por los modernos gobernantes latinoamericanos,
amantes del cacicazgo y terminaban con el juego, cuando se apoderaban de
todas las canicas. En ese tiempo se era feliz, porque coincidía con la peste
del insomnio, nadie dormía y el día y la noche pasaban entre trabajo y
vallenatos. El joven italiano Pietro Crespi tocaba la pianola y el acordeón y
enseñaba a la señorita Ursulita a bailar la música del viejo mundo. Una
tarde nos encontramos al salsero Cheo Feliciano en compañía de su gato
Silvestre que buscaba desesperadamente a su gata que se había ido con el Ratón
y Cheo buscaba a la india Anacaona.
Me desperté, era solo un sueño de mentiras de mi ida por Macondo, donde
solo conocí muy poco de su Cien Años de Soledad de ese místico pueblo del Gabo.
Por favor, no quiero hacer el ridículo, así vivíamos en un mundo etéreo,
no se le ocurra a ningún compatriota a postularme para un premio Nobel.-
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